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FORMAS MUY HUMANAS EN QUE LA CONCIENCIA SE OCULTA

  • Foto del escritor: Astrid Roman G
    Astrid Roman G
  • hace 11 minutos
  • 8 Min. de lectura

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Cuando hablamos del chakra de la garganta, podemos notar que ciertas actitudes parecen interferir en el flujo armónico de la comunicación: el chisme, el juicio o crítica, la negatividad, la queja, las excusas, las mentiras/exageración, el sarcasmo, la ambigüedad y el dogma. 


Sin embargo, para hacer un trabajo real de integración, podríamos comenzar por reconocer que son formas en que la conciencia se ha contraído por un momento para ocultarse y con nuestra presencia, revelarse. Si estamos presentes podremos ver estas formas de manifestación, darles espacio y dejar que vuelvan por sí mismas a su estado original de armonía.


Veremos que en su mayoría son formas adaptativas de supervivencia que quedaron muy arraigadas en nuestro cerebro por generaciones y que si no somos conscientes las vamos a actuar en automático. Muchas son conductas heredadas. Veámoslas una a una: 


El chisme


Para tranquilidad de muchos, el chisme es una función evolutiva del cerebro. De hecho, se liberan hormonas de la felicidad cuando se habla de otros. En la prehistoria compartir información sobre los miembros de la tribu permitía anticipar riesgos o regular al grupo, además de fortalecer los lazos.


Hoy es, principalmente, una necesidad de conexión, pero expresada de forma inconsciente. Queremos pertenecer, queremos compartir, sentirnos incluídos. Además, proyectar en los demás algo que no se acepta en uno mismo hace que momentáneamente baje la tensión interna, por eso se vuelve adictivo. 


Siempre tendremos cuentos interesantes sobre nosotros mismos para fortalecer el vínculo con otros. Podemos hablar sobre nuestros desaciertos y nuestros errores, pero eso implica vulnerabilidad, por eso es más fácil poner a un tercero en la palestra. El tema es que si bien nos sentimos más cercanos a nuestro interlocutor, nos mantiene en la ilusión de separación con el resto, fortaleciendo la identificación con el ego. Aunado a eso, nos volvemos más inseguros y desconfiados cuando tenemos esta tendencia marcada.


Si nos damos cuenta de que en el fondo el chisme refleja carencia de intimidad emocional, y que es la mente buscando contacto y cercanía, la energía se transforma por sí sola hacia una comunicación que refleja más empatía y compasión.


El juicio


Juzgar es una función del Buddhi, que se traduce como intelecto del sánscrito. En Ayurveda se dice que buddhi es el fuego mental, porque nos ayuda a discriminar y discernir. En su forma densa esta función tiende a polarizar. Lo cual está bien, porque sin juicio no habría manera de distinguir, aprender o evolucionar. 


Como la crítica, es una función cognitiva necesaria de supervivencia. El cerebro está diseñado para detectar errores y encontrar amenazas en el entorno.


La mente intenta encontrar cierta coherencia entre lo que se percibe adentro y afuera. La dificultad no está en la discriminación como tal, sino que la mente se predispone a la comparación constante. Nos solemos identificar con un polo, donde al yo ser de izquierda, los de derecha están mal, o no deberían existir, por ejemplo. Y viceversa. 


Cuando nos acostumbramos a criticar y emitir juicios por todo, cerramos la percepción, contraemos la conciencia y dejamos de ver al otro, solo nos quedamos en las etiquetas que le ponemos. Encerramos al otro en la forma, en el ego.


Cuando juzgamos afuera podemos tener la tendencia a evitar mirar adentro. Como una proyección de la sombra. Quizás no sabemos cómo abrazar esas características en nosotros mismos.


Al hacer consciente esta tendencia de la mente a afirmar el yo juzgando todo, incluso a uno mismo, comenzamos a abrir la puerta al discernimiento constructivo. Podemos poner como intención al universo: “Permíteme ver esto con claridad”. Como se aconseja en Un Curso de Milagros. Es pedir humildemente a la inteligencia superior tener la capacidad de ver diferencias sin perder la unidad. 


La negatividad 


El cerebro humano no es neutral, sino que está diseñado a dar más peso a lo negativo que a lo positivo. Lo que llaman sesgo de negatividad. Este sesgo es lo que ha permitido la evolución y la supervivencia, porque al prestar más atención al peligro, aumentaban las probabilidades de seguir vivo. 


Por otro lado, si de niños estuvimos expuestos a entornos donde no se ofreció suficiente seguridad o validación, podemos haber registrado que estar alerta es más seguro que relajarse. Hay una atención selectiva hacia lo que falta o lo que está mal.


La mayoría de las veces nuestra manera de ver o interpretar las cosas es incoherente. No se corresponde con la realidad. Esta contracción de la conciencia nos causa sufrimiento, porque tendemos a ver todo negro. 


Con atención a nuestra mente, a nuestra narrativa, a nuestro comportamiento, si comenzamos a darnos cuenta de la manera en la que solemos interpretar las situaciones, podemos reconocer dónde estamos mirando con esta lente. 


Le ponemos la luz de la conciencia: “la mente está viendo las cosas así, pero también hay otras formas de verlo”. Comenzamos a reconocer que ver lo negativo primero es una manera automática que hemos heredado, y estamos cada vez más presentes cuando se manifiesta para que se transforme en una visión real.


La queja


Cuando nos quejamos el cerebro libera una pequeña cantidad de dopamina y sentimos algo de alivio. Inconscientemente la queja nos ayuda a regularnos emocionalmente por poder expresar nuestro descontento. El tema es que si lo hacemos constantemente se refuerzan redes neuronales de victimismo y rumiación. 


Autoregularnos de esta forma puede ser útil cuando nos ayuda a descubrir incoherencias entre nuestra vida, nuestros valores y si podemos hacer algo por ello. Pero, qué pasa cuando se trata de los problemas del mundo, del otro, del vecino, del gobierno, del clima? De todo aquello que no puedo controlar.


Cuando vemos este patrón, podemos reconocer que la energía quiere volver a su flujo natural de responsabilidad y poder. Es ¿Qué puedo hacer yo?  Si nos percibimos separados vamos a ver todo desde la impotencia: los demás deberían cambiar, o afuera está la responsabilidad de mi paz.

Si me doy cuenta de esto, la energía comienza a mostrarme que la vida no me está pasando a mí, sino que yo estoy manifestando esto. Pero tiene que ver con la percepción, no con los hechos en sí. ¿Cómo me hago cargo de estar en paz sin involucrar nada de afuera? ¿Cómo puedo ser un canal de paz?


Las excusas 


Cuando nos justificamos estamos buscando la manera de bajar un poco la tensión en el ambiente sin cambiar nuestro comportamiento. Es otro mecanismo de defensa. Ponemos excusas porque no queremos que nos juzguen. No queremos que nos dejen de amar, no queremos quedar mal. 


No es que necesariamente no queramos ser honestos, sino que ser vulnerables nos puede costar la imagen ideal de, por ejemplo, alguien respetuoso del tiempo del otro. “No fue que me paré tarde y me quedé dando vueltas, fue el tráfico”. La responsabilidad está afuera.


Si reconocemos que nos da miedo decir la verdad, porque interpretamos que esa honestidad nos pone en riesgo de ser rechazados, ya es un gran paso. Si admito que ser genuino y honesto me da miedo, comienzo a depender menos de la excusa y a asumir la responsabilidad. Si nos hacemos conscientes, le abrimos paso a la coherencia y a una expresión más real. Podemos ser más genuinos y hacernos responsables.


La mentira y la exageración


Mentimos por muchas razones. El cerebro se acostumbra a mentir si recibe beneficios, ya sea aprobación, poder, sentido de pertenencia, escape, protección. Es una estrategia de supervivencia social aprendida, al igual que otras actitudes que ya hemos visto, y que al no ser conscientes nos generan sufrimiento. 


La mentira se puede volver una respuesta automática ante las situaciones más banales. Es una manera de adaptación distorsionada. La exageración suele ser una manera de llamar la atención. En ambos casos estamos hablando de energía creativa, solo que se usa esta fuerza para inventar sin conciencia. La mentira esconde miedo detrás.


Cuando nos hacemos conscientes de esta tendencia adaptativa del yo, la energía se puede transmutar hacia la verdad, que es el estado natural del Ser. Una vez se percibe la liberación energética al decir la verdad, la creatividad y la imaginación fluyen de maneras más constructivas. 


La ambigüedad 


La ambigüedad suele aparecer cuando el cerebro intenta integrar información contradictoria dentro de uno mismo y no encuentra cómo definir o expresar exactamente lo que siente. 


Puede haber disonancia entre el sentir y la razón. Si no se siente seguro hablar con total transparencia, entonces el sistema nervioso prioriza la seguridad sobre la claridad.


Si alguien dice “no pasa nada” es porque cree que decir directamente “me ha molestado tu actitud” le puede hacer quedar como una amargada, perder la imagen de “easy going” o generar rechazo en el otro. Y aunque su tono y expresión indican lo contrario, prefiere soltar esa frase ambigua de “no fue tan grave” para no confrontar y no perder el vínculo o la imagen. Es una forma de evitar consecuencias.


Queremos expresarnos pero nos da miedo que la verdad sea demasiado. Entonces oscilamos entre mostrar y esconder, generando confusión adentro y afuera.


El que recibe el mensaje lo registra como una incoherencia y se confunde, porque el lenguaje verbal y no verbal se contradicen: “¿Será que esta persona realmente no se molestó y está todo bien?”. No hay claridad y distorsiona la comunicación.


De nuevo, cuando hacemos consciente el miedo que hay detrás del comportamiento que impide la expresión plena, la energía retoma su curso natural. Y eso puede verse como: “no sé qué cómo me siento con esto” o “no lo tengo claro ahora” sin ánimos de controlar un resultado.


El sarcasmo y la ironía


Para usar o comprender el sarcasmo y la ironía hay que ser capaz de realizar procesos mentales y de lenguaje complejos o sofisticados, porque implican doble sentido y dependen de entender lo que el otro piensa. 


A veces se pueden usar como maneras de no ser vulnerables, o como formas de agresión pasiva. Es una manera de decir bromeando lo que no nos atrevemos a decir directamente. 


Hay como una división interna, una parte que siente y otra parte la ridiculiza. No siempre es el caso, podemos decirle al otro perfectamente: “Siempre llegando tan puntual!” Y no tener resentimiento escondido ni intenciones de ridiculizar al otro. 


Pero muchas veces si pudiera existir la necesidad de expresar incomodidad y no nos atrevemos a hablarlo por miedo. Cuando nos damos cuenta de esto, no tenemos que hacer más que reconocer el miedo al conflicto y darle lugar a la claridad.


El dogma


El dogma es una creencia que no admite revisión ni cuestionamiento.  Está relacionada con la necesidad de nuestro cerebro de encontrar certeza. A la mente no le gusta la incertidumbre, por eso abrazarnos a creencias fijas nos libera de ansiedad, porque nos da una cierta sensación de control y sostén.


Psicológicamente el dogma es una defensa contra el vacío existencial. Nos brinda cierta estructura, una identidad y sentido de pertenencia. Es muy útil en momentos de pérdida o de miedo crónico debido a traumas o procesos intensos. Pero se vuelve una limitación cuando toda esa rigidez no promueve la neuroplasticidad ni el pensamiento crítico. Además la mente comienza a confundir la interpretación con la verdad.


El dogma se da porque se cristalizamos una experiencia de revelación divina. Cuando se tiene esa experiencia sublime de conexión con algo más grande, se llega a ver la verdad y luego la mente quiere conservar esa verdad en palabras. Lo cual es muy difícil, por no decir imposible.


Al darnos cuenta de que todo es dinámico, que la voluntad divina es un misterio, y que hay un sinfín de maneras de reconocer la verdad, ya no intentamos encerrarla en un frasquito hermético. 


Cada gran maestro que ha pisado la tierra y ha obtenido la revelación del ser, ha compartido la manera, los métodos o herramientas que lo llevó allí. Por eso, la invitación suele ser: “compruébalo tú mismo, te comparto el camino que me ayudó a mí”. Luego puedes compartir tus hallazgos, pero reconociendo que no todos resonamos con el mismo camino. 


Cuando vemos todas estas actitudes como formas humanas de adaptación, que en su mayoría nos ayudaron a sobrevivir en entornos amenazantes, podemos hacer las paces con la realidad de nuestra mente y de nuestro entorno.


Si me me veo usando estas estrategias, me doy cuenta de mi necesidad de protección, conexión, seguridad, coherencia, pertenencia. No me culpo, no me autocondeno. Me hago consciente de cuál es la realidad hoy, para ver quién soy de verdad. Es una invitación a sentir el miedo al rechazo, al juicio, a la condena, a la confrontación y tomar responsabilidad.


Si no estamos presentes y actuamos desde estas conductas automáticas, vamos a atraer situaciones que vienen a dejarnos lecciones para que podamos alinearnos con la verdad.


La verdad siempre busca expresarse. Nos toma más energía sostener lo opuesto. Por eso es clave hacer una pausa, guardar silencio, conectar con el corazón y todo encuentra su lugar en armonía. Cuando hacemos esto, el cerebro fortalece las conexiones asociadas con la autenticidad, invitando más coherencia en nuestras vidas.


OM Namah Shivaya


Mucho amor,


Astrid 🌬️❤️✨🕊️

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