EL IMPULSO DE AYUDAR: ¿DE DÓNDE NACE REALMENTE?
- Astrid Roman G
- 12 jun
- 7 Min. de lectura

¿Por qué a veces sentimos tanta urgencia ante el sufrimiento del otro?
Hace poco leía al maestro Abhinavagupta, donde explicaba que todo lo que aparece en la experiencia, incluido el sufrimiento del otro, es una manifestación de tu conciencia, de tu propio Shakti.
Toda experiencia es una expresión de Shakti. Pero cuando hay identificación limitada con el cuerpo-mente, Shakti se “contrae” o se olvida de su verdadera naturaleza. Esta contracción, llamada ksobha, es la raíz de la percepción de separación entre el “yo” y el “otro”. Olvidamos que no hay dos conciencias ni dos realidades separadas.
Esto no quiere decir que seamos iguales. Somos una misma conciencia que se manifiesta en formas diversas, con distintos cuerpos, historias, personalidades, temperamentos y maneras de ver la vida.
Entonces, el impulso a intervenir compulsivamente o a frustrarte no es por el otro en sí. Ese sufrimiento toca una vibración no digerida en ti, un nudo que no ha sido iluminado por la conciencia.
¿Cómo luce esto en lo cotidiano?
Ves a alguien autodestructivo → te invade ansiedad o enojo → quieres hacer algo urgente.
Observas que una persona sufre por decisiones repetitivas → sientes impotencia, frustración → crees que si ella no cambia, no podrás estar en paz.
Notas que alguien está de mal humor por algo que te resulta insignificante y te sientes en la necesidad de hacer bromas o cambiarle el tema para que se le pase su incomodidad.
El arquetipo del sanador y la sombra proyectada
En términos junguianos, esta actitud roza un complejo arquetípico del sanador o el héroe: aquel que ve el sufrimiento y siente un impulso casi compulsivo de aliviarlo. Jung diría:
“El impulso de ayudar muchas veces es una proyección de partes de nuestra sombra que no queremos ver en nosotros mismos.” Por ejemplo:
Necesidad de sentirse valioso a través de ayudar: “si te salvo, valgo”. El otro se convierte, sin darse cuenta, en un medio para llenar un vacío interno.
Creerse por encima: pensar que uno sabe mejor que el otro lo que necesita, sin confiar en su camino ni honrar su proceso, su sabiduría o derecho a equivocarse.
Evitar el propio dolor: enfocarse en salvar a otros para no mirar las propias heridas como estrategia de evasión.
Aferrarse al rol: la identidad se construye en torno a “ser el que ayuda”. Si nadie necesita ser salvado siento que pierdo propósito.
Rescatar en vez de acompañar: intervenir sin que el otro lo pida o esté listo, quitándole fuerza o responsabilidad.
No tolerar la impotencia: dificultad para aceptar que no siempre se puede hacer algo y que el dolor forma parte del camino.
Proyección del niño interno herido: querer salvar a otros como uno hubiera querido ser salvado.
En todos estos casos el impulso de ayudar no deja de ser legítimo, pero se sostiene desde necesidades no integradas o no reconocidas. No es que sea “malo”, pero podrían generar experiencias caóticas al estar sostenidas por una agenda inconsciente.
Te invito a buscar un caso donde crees que esto te pasa y si lo sientes, puedes llevar la atención a la posible contracción que se pudiera despertar en ti:
¿Dónde lo siento en el cuerpo?
¿Qué consecuencias creo que tendrá que esta persona siga en esta situación o actuando de esta manera?
¿Puedo habitar esa sensación sin rechazarla ni buscar cambiar al otro o su situación?
Cuando haces esto, no estás ignorando el problema del otro, sino reconociendo que quizás tu respuesta emocional no es puramente por “empatía”, sino por un velo que aún no se ha disuelto en ti.
No es que la presencia sin agenda esté bien y tener agenda esté mal. El tema es que la presencia sin juicio nos permite estar en paz. Porque ya no necesitas que el otro o su situación cambie para sentir paz en tu corazón.
Puedes reconocer la energía que se activa en ti como tu propia conciencia en movimiento. No importa si luce como resistencia, juicio, frustración o impotencia. Te quedas con lo que sientes sin juicio y si puedes, vas dejando que se disuelva.

En el tantra no dual, el otro no está separado de ti. El jñani, o sabio, no dice “yo soy tú”, sino: “Tú y yo somos la misma conciencia jugando a olvidarse de sí misma en formas distintas.”
¿Qué pasa cuando reconoces que el sufrimiento del otro también es una invitación a mirarte?
Puedes dejar de ver al otro como un problema externo o una fuente de sufrimiento.
La tensión de tener que intervenir se comienza a disolver en una presencia abierta, sin tensión ni expectativas de un resultado.
A veces actúas, a veces no, pero la acción surge como un movimiento natural alineado con el momento.
Este es el corazón del Kriya Sakti en el tantra: la expresión espontánea de la conciencia que brota con fluidez en forma de acción sin cálculo.
Por ejemplo, acompañas a alguien en su dolor y te salen palabras que no habías planeado, pero que llegan justo en el momento adecuado.
No te apropias de esa acción, sabes que surgió de un lugar más profundo, no de tu ego “que sabe o que ayuda”.
Tu intervención no surgió de la necesidad de mejorar las cosas, sino como la forma apropiada en ese momento.
No esperas nada con eso. Entregas lo que tienes que entregar sin esperar que algo específico pase.
Quizás en lugar de palabras, lo que surge es silencio, y de alguna forma recibes que eso es justo lo que el momento requiere.
Energéticamente se siente ligero, te sientes en unidad y expansión, aunque lo que estés diciendo sea incómodo o intenso.
Visto desde el tantrismo no dual, la necesidad de cambiar al otro surge cuando hay un olvido de tu propia naturaleza como testigo libre y pleno, y una identificación con el papel de “el que sabe” o “el que ve con claridad”.
Cuando permites que el dolor, la impotencia o el deseo de intervenir se revelen tal como son, surge ese espacio de presencia, y desde ahí la acción compasiva puede emerger sin compulsión.
Desde esa libertad:
Estar con el otro no es resignarse ni dejar de actuar, sino estar presente y al mismo tiempo ver su proceso como perfecto tal como es, incluso en su caos, sin separarlo de la totalidad.
Cuando Intelectualizamos la No Dualidad
Algo que puede pasar es que intelectualizamos la afirmación “Todo es perfecto como es” o “Nada se escapa de la voluntad de Dios”, lo cual nos puede llevar a una espiritualidad disociada si se usa para justificar la inacción o subestimar el sufrimiento real del otro.
La no dualidad no es indiferencia. No significa “lo que veo es una ilusión” o “todo es perfecto” solo por decirlo. Negar la realidad del sufrimiento, propio o de otros, sería una forma de rechazar o negar lo que aparece, solo que con lenguaje espiritual.
La visión no dual invita a una autoindagación radical. Es profundamente útil como práctica interna y altamente poderosa cuando se usa como mapa interno de observación. Pero si no se ha encarnado esta verdad, es limitada si se convierte en un marco absoluto de interpretación relacional.
En relaciones humanas reales, como con niños, pacientes, parejas, comunidades, la visión no dual debe integrarse con otras formas de ética, responsabilidad y compasión práctica, porque seguimos operando en un mundo relativo.

La no dualidad desde la neurociencia y la psicología relacional
Desde la neurobiología interpersonal (Siegel, Cozolino, etc.): el sufrimiento del otro activa redes neuronales de resonancia empática. Esta activación puede sobrecargar nuestro sistema nervioso.
Frente a eso surge el impulso de apagar la fuente del estímulo (el sufrimiento del otro), no tanto por evitación emocional sino por sobrecarga fisiológica. En este sentido, no siempre es una necesidad psicológica de control, sino una respuesta de regulación somática.
Nuestra incomodidad frente al dolor ajeno puede ser una respuesta evolutiva adaptativa, diseñada para favorecer la cooperación y el cuidado.
Desde la fenomenología intersubjetiva, la experiencia del sufrimiento ajeno no es “tuya” ni “del otro”, sino entre ambos. Surge en el campo relacional. Hay algo legítimamente externo en el otro que te impacta, y tu experiencia incluye ese encuentro.
Desde la ética del cuidado, el impulso a actuar ante el sufrimiento ajeno puede surgir de un compromiso ético, no de una falta de integración interna. La agenda no siempre es un problema: puede ser expresión de amor lúcido.
Esto quiere decir que la experiencia del otro no es solo proyección ni solo realidad externa: es intersubjetiva. Surge entre ambos. Entonces, la incomodidad que sientes podría ser el eco de una resonancia compartida.
Sufrimiento, vacuidad y compasión lúcida
Aunque se entienda que en un nivel absoluto el sufrimiento es irreal, no es compasivo reducir ese sufrimiento a una ilusión del YO. La mayoría sufrimos verdaderamente dentro del Samsara. Según el Buda Gautama, la bodhicitta consiste en abrazar ese sufrimiento con conciencia sin dejar de verlo como real y digno de ser aliviado, incluso si en última instancia es vacuidad.
La práctica es doble: observar lo que se activa en mí sin disolver al otro en mi proceso. Así se unen la no dualidad y la compasión lúcida.
Entonces, la incomodidad frente al sufrimiento ajeno puede ser la señal viva de una conciencia empática y activa que desea aliviar el sufrimiento real del otro, no por compulsión, sino por compasión madura. Si es por compulsión, hacerla consciente.
No dualidad + compasión = libertad para acompañar sin apropiarse del proceso del otro:
No necesitas cambiar al otro para sentirte en paz.
Tampoco necesitas cerrarte para no sentir dolor.
Desde esta libertad, puedes acompañar con amor y sin apego, confiando en la inteligencia del proceso.

Autoindagación
Si nos permitimos sentir nuestro impulso sin apurarnos a actuar, quizás podemos empezar a distinguir:
¿Mi ayuda nace del amor genuino, de querer ser visto o tomado en cuenta como alguien importante, o de la necesidad de calmar mi propia angustia?
La idea no es juzgar si tenemos agenda, sino reconocerla y hacerla consciente. No está mal hacer una cosa o la otra, lo importante es saber desde dónde nos movemos. Es importante no idealizar una imagen porque podríamos seguir dejando nuestras motivaciones en sombra.
La invitación es a mirar con honestidad qué parte de nosotros se activa ante el sufrimiento del otro. No tenemos que forzar una acción ni reprimir alguna otra, solo darnos cuenta y suavizarnos, guardar más silencio, esperar antes de actuar, conocer nuestros deseos, apegos y aversiones.
Y en ese suavizar, vamos dejando que la presencia se adueñe del momento y la acción surja amorosamente como parte del todo.
OM Namah Shivaya
Mucho amor,
Astrid 🌬️🕊️🤍✨
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