PONER O NO PONER LÍMITES: MÁS ALLÁ DEL MIEDO AL RECHAZO
- Astrid Roman G
- 2 mar
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 4 mar

Luego del artículo anterior, Cómo Hacer las Paces con la Necesidad de Controlar , recibí varias preguntas sobre los límites. Explicaba antes que la necesidad de control es una expresión legítima de nuestro deseo de orden y dirección y no un problema. Cuando no la estigmatizamos, podemos encontrar ese equilibrio entre saber cuándo controlar y cuándo soltar el control.
Poner límites es una extensión natural de este equilibrio, porque refleja cuándo tenemos la claridad de percibir qué se siente alineado en nuestra vida y qué no, sin miedo a la reacción de los demás por tomar nuestra postura.
Pero para llegar ahí, primero necesitamos observar cómo aprendimos a relacionarnos con este concepto y reconocer que muchas veces somos nosotros quienes nos colocamos en situaciones donde nuestros límites se diluyen, sin que nadie nos lo pida.
Esto es clave: no siempre se trata de que los demás intenten sobrepasarnos, sino de que, quizás por condicionamientos aprendidos hemos desarrollado una percepción distorsionada sobre lo que significa decir “no”, hacer lo que realmente queremos, ocupar espacio o afirmarnos.
Aquí es donde Manipura, el chakra del plexo solar, juega un papel fundamental. Cuando está equilibrado, sentimos confianza en nuestras decisiones y nos afirmamos con naturalidad. Pero cuando opera en sombra, oscilamos entre complacer e imponernos, perdiendo energía en la lucha entre evadir y controlar.
En este artículo vamos a explorar cómo reconocer la posible raíz de estos patrones y cómo reentrenar tu mente y cuerpo para expresar con claridad lo que es coherente contigo en cada momento. Saber cuándo se necesita poner límites, sin miedo ni culpa y cómo saber si estamos erigiendo muros por evasión.
Los límites son puentes entre nuestra autonomía y la conexión con los otros

Podemos ver los límites como puntos de referencia que nos ayudan a vivir la vida con mayor autenticidad y conexión genuina. Es un acto de presencia, no de rechazo.
Nuestra capacidad de sostener límites está muy ligada a la regulación del sistema nervioso. Si de niños crecimos en un entorno donde nuestros límites no fueron respetados, es posible que hayamos desarrollado patrones de:
Hipervigilancia: controlarlo todo para sentirnos seguros.
Sumisión: ceder constantemente para evitar conflicto.
Desconexión: no saber cuándo es necesario poner un límite porque nunca aprendimos a reconocer nuestras propias necesidades.
Estas respuestas son estrategias de supervivencia que se instalaron en nuestro sistema nervioso, aunque las veamos como rasgos de nuestra personalidad.
La buena noticia es que el cerebro es plástico: podemos reentrenarlo para responder de manera más equilibrada en lugar de actuar en automático. A través de la autoobservación, la práctica de mindfulness y la integración emocional, podemos ir desarrollando una relación más sana con los límites, y no verlos como barreras de protección.
En la infancia, dependemos de nuestro entorno para desarrollar habilidades emocionales y límites saludables, y los adultos, muchas veces sin intención, pueden influir en esto de maneras que no siempre son óptimas.
Algunos ejemplos de experiencias infantiles que predisponen a este patrón:
1. Si no se respetó nuestro espacio personal
Si se nos obligaba a dar besos o abrazos sin preguntar si queríamos hacerlo.
Si entraban a nuestra habitación sin tocar la puerta.
Si revisaban nuestras pertenencias sin permiso.
2. Si se ignoraron o invalidaron nuestras emociones
Si llorábamos, nos decían “no es para tanto” o “no llores, no pasó nada”.
Si nos castigaban por estar tristes o enojados en lugar de enseñarnos a integrar la emoción.
Si se nos exigía estar siempre de buen humor para no “molestar” a los adultos.
3. Si no se nos permitió decir “no”
Si se nos obligaba a compartir juguetes sin preguntarnos si queríamos hacerlo.
Si se nos inscribía en actividades sin considerar nuestra opinión.
Si se nos forzaba a comer más de lo que queríamos.
4. Si se ridiculizaron nuestras experiencias
Si cuando expresábamos miedo o inseguridad, los adultos se burlaban de nosotros.
Si nos interrumpían constantemente cuando intentábamos explicar algo.
Si se desvalorizaban nuestros logros o intereses con frases como “eso no es importante”.
5. Si se cruzaron límites emocionales
Si se nos contaban problemas familiares inapropiados para nuestra edad.
Si se nos pedía tomar partido en conflictos entre adultos.
Si se nos hacía sentir responsables del bienestar emocional de otros: “Si haces eso, me voy a poner muy triste”.
Cuando un niño crece en un ambiente así, suele aprender que sus límites no importan o que ponerlos es peligroso. De adulto, esto se traduce en relaciones donde nos cuesta decir “no”, sentimos culpa al poner distancia o, por el contrario, establecemos barreras rígidas para protegernos.
La clave está en aprender a reconocer estos patrones para que podamos reconstruir una relación sana con nosotros mismos y con los demás. No se trata de protegernos siempre o bajar la guardia al darnos cuenta que tenemos siempre ese sentido de protección, sino de elegir con claridad desde dónde quieres relacionarte.
Cuando el cuerpo dice “no” antes de que la mente lo entienda

A veces, alguien nos invita a un lugar o nos propone hacer algo, y sin una razón lógica, sentimos un “no” interno. No es desinterés, tampoco es rechazo hacia la persona, ni falta de aprecio. Simplemente, algo dentro de nosotros sabe que nuestra energía no está allí.
Puede que nos cueste explicar por qué no deseamos aceptar una invitación sin sentir que debemos excusarnos o inventar una razón “válida” para no quedar mal. Quizás algunas relaciones están cargadas de justificaciones y explicaciones, y un simple “no quiero” puede sentirse brusco, incluso si lo decimos con amor.
¿Cómo podemos integrarlo sin caer en la culpa o la necesidad de justificarlo?
La Interocepción: claridad interior sin necesidad de sobreanalizar
El plexo solar es el punto donde sentimos nuestro poder personal, no desde la imposición, sino desde la certeza interna. Cuando este centro está alineado, sabemos lo que queremos y lo que no, sin necesidad de sobreanalizarlo.
En este caso, cuando nuestro cuerpo da un “no” espontáneo, es porque la energía de esa propuesta no está en sintonía con nuestro momento presente. Puede que no estemos en el mismo estado vibracional que la otra persona o que, sin darnos cuenta, nuestro sistema nervioso haya detectado que no es la mejor opción para nosotros en ese instante. Por eso yo a veces, si la invitación no es para algo inmediato, me permito percibirlo en mi cuerpo interno en ese momento, y aunque la respuesta inmediata sea “no”, dejo espacio para volver a preguntármelo cerca de la fecha.
Este es un nivel de percepción que no siempre pasa por la mente racional. Es más instintivo, más primario. No significa que la otra persona nos genere rechazo, ni que algo malo vaya a pasar. Simplemente, nuestro campo energético no está ahí.
Esto está relacionado con la interocepción, nuestra capacidad neurobiológica de percibir señales internas antes de que la mente las racionalice. A veces, sentimos un peso en el pecho, una sensación de mariposeo en el estómago o de resistencia sutil, no solo cuando escuchamos la propuesta, sino también cuando la mente racional plantea que “debemos” hacerlo por compromiso.
El tema es que muchas veces hemos aprendido a ignorar estas señales. Nos hemos acostumbrado a ser complacientes, a no “dejar mal” a otros, a tener siempre una razón lógica que justifique nuestras decisiones. Pero en realidad, no necesitamos justificar una sensación interna que nos guía con claridad.
Cuando nos sentimos obligados a dar explicaciones
A veces nos podemos sentir incómodos al decir “no” sin una razón concreta. Nos preocupa cómo será recibido y terminamos inventando excusas para evitar ser malinterpretados.
Esto suele venir de dos creencias inconscientes:
“Si no tengo una razón ‘válida’, no puedo decir que no.”
“Si digo que no sin justificarme, la otra persona se lo tomará personal.”
Pero aquí hay algo importante: cuando estamos en paz con nuestra decisión, es muy probable que la otra persona lo perciba. Hacer algo por compromiso, no es genuino.
Cómo luce:
Desde el control: “No voy a ir porque no tengo ganas, pero no te lo tomes personal.” → Puede sonar a rechazo o distancia.
Desde la culpa: “Ay, de verdad quería ir, pero no puedo porque tengo que hacer otra cosa…” → No es honesto y deja el espacio abierto para insistencias.
Desde la neutralidad: “Gracias por la invitación, pero esta vez no voy a ir.” → No necesita justificación.
A veces, dar una respuesta simple y clara ayuda a que la otra persona entienda que no hay un problema, sino una decisión personal. Sin embargo, igual se lo pueden tomar personal. Es necesario hacer consciente que no somos responsables de la felicidad o satisfacción de los otros, así como nadie es responsable de la nuestra.
Cuanto más desarrollamos nuestra interocepción (capacidad de escuchar nuestro cuerpo), más fácil se vuelve tomar decisiones sin conflicto interno. Y desde la madurez emocional, aprendemos que poner este tipo de “límites” no significa alejarnos de los demás, sino acercarnos a nosotros mismos con honestidad. Si para que estés bien, tengo que dejar de ser yo, la relación no es genuina, es una relación controlada.
REPROGRAMANDO EL SISTEMA NERVIOSO PARA SOSTENER LOS LÍMITES
Si sientes que poner límites te genera ansiedad o culpa, tu sistema nervioso probablemente esté condicionado a ver la autoafirmación como algo peligroso. No es un problema de voluntad, sino de percepción de seguridad.
Aquí algunos pasos para entrenar tu cerebro y cuerpo a expresar tu postura de manera equilibrada:
Practica la interocepción: Percibe las señales de tu cuerpo antes de que la incomodidad se convierta en una reacción extrema. ¿Qué sientes cuando piensas en decir “no”? ¿Dónde lo sientes?
Regula tu sistema nervioso: Practica la respiración consciente en cuadrilátero. Usa la terapia somática para ayudarte a salir del estado de lucha/huida o congelamiento.
Reestructura tus creencias: Pregúntate qué historias te has contado sobre poner límites. ¿Crees que ser tú mismo te hará perder el amor de los demás? ¿O que ceder es la única forma de mantener la paz?
Practica límites pequeños y consistentes: No es necesario empezar con situaciones difíciles. Comienza con pequeñas afirmaciones de tu espacio y observa cómo te sientes. Expresa lo que prefieres para comer, o tómate tiempo para aceptar una invitación en lugar de decir que sí en automático.
Usa la meditación como una forma de enfrentarte con algunas realidades incómodas y hacer conscientes las maneras en las que tú mismo, has estado participando de forma condicionada en la generación de tu propio sufrimiento y sensación de separación. Observa cuándo estás diluyendo tus límites sin que te lo pidan, así como cuándo estás estableciendo barreras innecesarias entre tú y los demás.
Cuando los límites se convierten en una armadura
A veces, establecemos límites no porque sean realmente necesarios, sino porque nos permiten evitar el trabajo más profundo de navegar relaciones complejas o tener conversaciones difíciles.
Si los límites se convierten en una barrera que evita el contacto con ciertas emociones, con conversaciones incómodas o con la posibilidad de gestionar el conflicto de manera más madura, entonces no están fortaleciendo tu poder personal, sino reforzando una evitación.
Puedes creer que “estar en paz” significa alejarte de todo lo que genere incomodidad, en lugar de aprender a estar paz a pesar de cualquier interacción.
Cuando esto ocurre, los límites dejan de ser una herramienta de autenticidad e individuación y se convierten en una estrategia de control.
¿Tu límite te acerca más a tu verdad o refuerza tu idea de separación?
No se trata de dejar de poner límites, sino de ser honestos con el propósito que tienen en nuestra vida.
¿Estás integrándote o aislándote?
El crecimiento no ocurre en aislamiento, sino en interacción. La verdadera libertad no surge de controlar el entorno, sino de desarrollar la capacidad de estar presente sin resistencia. Si solo tienes paz cuando no estás cerca de ciertas situaciones, entonces la paz depende del límite, no de ti.
Pregúntate:
¿Estoy evitando el contacto con emociones difíciles?
¿Estoy huyendo de la oportunidad de crecer en mis relaciones?
Los límites no deberían ser una armadura, y la evolución tampoco implica que nos volvamos más vulnerables en un sentido pasivo, sino desarrollar una presencia más consciente y estable. Se trata de habitar el mundo con fluidez y menos miedo, menos protecciones, que quizás fueron necesarias en algún momento, pero ya no.
Nada es permanente
Las relaciones cambian, como todo fenómeno de la vida. Cuando están listas para transformarse, la energía toma otra forma, y no es necesariamente algo malo el “haber puesto límites” o podemos sentirnos mal porque nos distanciamos como consecuencia de expresar nuestra más genuina verdad.
La invitación es a observar esta nueva realidad sin resistencia, honrando la ley de la impermanencia, sin aferrarnos a lo que un día fue, y sin creer que no fue genuino. Permitimos que la conexión siga siendo auténtica sin juzgar o rechazar su nueva forma. Esta nueva forma es el SER hoy, no sabes cómo será más adelante. Honra lo vivido, lo aprendido y deja que fluya.
INTEGRA EL PODER PERSONAL SIN RIGIDEZ NI MIEDO
No te anticipes a que ciertas situaciones requieren un ‘sí’ o un ‘no’ de manera automática. En lugar de eso, observa en el momento presente cuándo la necesidad de expresar tu postura surge de forma espontánea, como una alineación natural con tu energía. La verdadera fuerza se manifiesta cuando vives desde tu centro, sin miedo a decir sí, sin miedo a decir no. Escúchate y honra tu respuesta, sin juicio.
Hari Om 🕉️
Astrid
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